Carne de hemeroteca

A juzgar por Barcelona…

Periódico/Newspaper: Madera Daily

Fecha/Date: Mayo 2 , 1957

La famosa columna «My New York» del periodista Mel Heimer fue publicada en New York Times, pero a su vez en un gran número de periódicos nacionales, incluyendo los californianos. En ella, un gran retrato del turista estadounidense y su visión de España.

The famous «My New York» column of the journalist Mel Heimer was publised in New York Times, but in other national newspapers as well, including the Californian ones. On this colum, a great portrait of the American tourist and their vision of Spain (English version below-Original newspaper) .

Mi Nueva York por Mel Heimer 

BARCELONA, España Desde los días de Dodsworth (film sobre unos americanos que viajan a Europa), el turista estadounidense ha sido probablemente el factor más importante en el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y cualquier país.

Es lamentable, pero cierto que, a lo largo de estos años haya sido ruidoso, condescendiente, dado a dar exagerados consejos que amenazan a la economía nacional con frases del tipo… ”Bueno, señor, esto de París está bien, pero déjeme decirle que no tiene nada que ver con nuestro New Hampshire”. Esto no le ha hecho ganarse el cariño de los anfitriones, que lo han despreciado a pesar de, por supuesto, coger sus dólares.

He estado observando al turista americano en la última década y, por fin, he de decir que parece haber mejorado. No completamente, pero lo suficiente para ser soportable. Parece que se jacta un poco menos, en parte por los libros de viaje que le han entrenado para pensar más racionalmente, y hasta en determinadas ocasiones está dispuesto a concebir que Sacre Coeur es igual de bonita que la iglesia que tenemos en Tompkins Corners. Nuestro niño ha crecido.

Aunque está prácticamente omnipresente Esta mañana, en manos de amigos que conocen España y Barcelona razonablemente bien, cogimos Layetana a través de las sinuosas y soleadas calles de la parte antigua de la ciudad, nos perdimos varias veces, y finalmente acabamos en una cafetería costera no lejos de la plaza de Colón.

Mientras tomaba la cerveza observando a la gente ir y venir, tuve el sentimiento de estar lejos de las cámaras de los turistas, de los mapas, de las guías, y de esas señoras académicas en zapato plano, cuando de repente aparece un jovial grupo diciendo felizmente… ”Y aquí tenemos un ejemplo de hombres locales durmiendo la siesta en su casa (taberna) favorita”. Se trataba de un grupo de periodistas que habían volado conmigo en el viaje, pero, de todas formas ¿cómo habían llegado allí?

Y así siempre. Una vez en París visité un salón a la otra orilla del río, L’Oubliette, tan lejos del latido turístico como pude, y después de unas horas comiendo unas cuantas cerezas de un plato, en ese pintoresco y oscuro bistro, ya cuando me iba a ir, noto un estirón en mi manga procedente de la mesa de al lado, y un hombre diciendo…”Hey Jack, ¿vas a pillar mañana el vuelo a Londres?». El turista americano. Nada es  secreto o sagrado, a cualquier lugar que vaya.

A JUZGAR POR BARCELONA A juzgar, tras una mirada rápida a Barcelona, ​​ España parece un país próspero, con gente bien alimentada, presentable y limpia, y bien vestida con ropa de lino. Mis amigos, que viven en Madrid, dicen que no, que todavía es evidente la pobreza en el país por la que el Generalísimo tiene una lucha interminable para mantener la economía nacional. Sin embargo, la pobreza de España es diferente a la de Roma, ya que es menos miserable. El español es pobre, pero vive al día y mantiene sus negocios filosóficamente. Si tiene una o dos pesetas disfrutará de un café con leche y la vida por unos minutos.  Parece que su vida no está protagonizada por la suerte. Espera poco de su existencia en este valle de lágrimas, pero sigue siendo el orgulloso español y, hasta cierto punto, está condenado pero resulta indomable.

El español es cortés Hay una leyenda difundida de que los neoyorkinos son educados, civilizados y de gran utilidad para el extranjero.  Ya perdonarán lo que digo, pero eso carece de pleno sentido.   El neoyorquino, quienquiera que sea, no le dará ni la hora, ni las indicaciones a la tumba de Grant. No es que sean genuinamente antipáticos. Simplemente es que no tienen tiempo.

Sin embargo, aquí en Barcelona, ​​creo que los ciudadanos son educados como lo son en Lansing, Mich., o Dayton, O. Quizá sea porque no se obsesionan con el dinero porque no lo hay, pero de cualquier manera siempre encontrará tiempo para señalar el camino hacia el Pueblo Español o el palacio de La Lonja. Como ciudadano de Manhattan, me sorprende esta civilidad. ¿No tienen nada mejor que hacer con su tiempo?

 

 

 

 

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